ARTÍSTICOS Lenguajes
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   Resulta imprescindible en la catequesis cierta habilidad e interés para el manejo de los lenguajes artísticos y culturales. Históricamente han estado muy ligados a la expresión de las creencias y de los sentimientos trascendentes de la huma­nidad, en todas las culturas y en todas las religiones. Es innegable que la mayor parte del arte producido por el hombre ha sido religioso.
   La verdad religiosa, por ser misteriosa, abstracta, universal y comprometedora, no puede ser encerrada en imágenes fijas. Pero no puede prescindir de ellas.
   Pintores, escultores, bordadores, ar­quitectos, músicos, literatos y demás artistas han encontrado siempre en las creencias religiosas, reveladas o mitoló­gicas, fuente inagotable de inspiración y estimulo irresistible de expresión.

 

Los hombres vivieron siempre del arte y del trabajo

  1. Valor comunicativo

   Al margen de su valor estético o antropológico, a los catequistas intere­san los lenguajes del arte porque se graban en la mente y en la afectividad y permane­cen a lo largo de la vida como recuerdo y como inspiración de conductas. Al asociar desde la infancia a ellos ideas, creencias, virtudes, valores y sentimientos, relaciones, se renuevan fácilmente al revivirlos en la edad adulta por medio de la contempla­ción de productos artísticos.
   Un dibujo infantil se olvida con el tiem­po y se reemplaza por otro mejor hecho en años posteriores. Un cuadro sobre "el morir", como "El entierro del conde Or­gaz", del Greco; una escultura mariana, como "La Piedad", de Miguel Angel; un monumen­to sobre la grande­za y la universalidad de la Iglesia, como la "Basílica de San Pedro del Vaticano", museo universal de las intuiciones geniales de los múltiples arquitectos que lo construyeron, constituye un mensaje que transciende los siglos, los países y las mis­mas edades de quienes encuen­tran en ellos sorpresas estéticas per­manentes.

    2. Lenguajes artísticos

   En catequesis interesa, pues, asociar las enseñanzas con los signos, los valo­res que no varían con los productos de los artistas geniales que resultan tan fuertes que permanecen en el tiempo.
   El catequista debe emplear el lenguaje del arte, no en cuan­to le permite mostrar erudición, sino en cuanto es instrumento de formación para sus catequizandos. El catequista debe aprove­char las intui­cio­nes de los artistas para apoyar mensajes religio­sos.
    Son variados y múltiples los cauces de expresión artística. En la impo­sibilidad de profundizar la capacidad expresiva de todos ellos, recordamos la significación de algunos más importantes:

  2.1. Artes plásticas.

  Son las más culti­vadas y universales. Reclaman el uso de materiales  manejables y resistentes al tiempo.

   2.1.1. La pintura
 
   Despierta el interés inclu­so de los niños. Ha estado siempre ligada a la transmisión de figuras religio­sas... Los retablos de los altares, los cuadros de las iglesias y de las casas particulares, los adornos de los libros de culto (miniaturas), la decoración complementaria de las bóvedas o de las pare­des, han tenido siempre una función ins­tructiva de gran importancia y no sólo ornamental.
   Cuando reproducimos en catequesis un cuadro, no sólo recordamos la intui­ción de un pintor; más bien enlazamos con las creencias de la Iglesia de otros tiempos o lugares y prendemos ideas y sentimientos que ellos evocan. Por eso es recurso excelente aprovechar las pinturas clásicas, los óleos, las acuarelas, los frescos, la escenografía tan abu­ndante en los lugares de culto.
   De manera singular merece un recuer­do privilegiado la iconografía cristocéntrica y litúrgica: Jesús, María, Santos, doctrinas, alegorías, símbolos, etc.
    Con la pintura tienen que ver otros recursos figurativos. Las vidrieras y los mosaicos, los esmaltes, las miniaturas, etc. merecen también un recuerdo espe­cial, sobre todo en determinados lugares y ambientes en que han proliferado.

   2.1.2. La escultura.

   Paralela a la pintura, la intermi­nable producción de tallas, retablos, relieves, frisos, sarcófagos, sepulcros, fachadas, estatuas, monumentos, etc.. Es decir, la escultura religiosa ha logrado con diver­sos materiales (piedra, mar­fil, cuero, metales, madera...) hermosas expresiones de sentimientos y relaciones espirituales.
   Se hallan muy cercanas a la escultura, ciertas artes, como la orfebrería, el repujado, el labrado, la rejería, etc, que han llenado de ingenio­sos y magníficos orna­mentos los lugares de culto y han hecho posible nuestros impresionantes museos actuales. Todas ellas implican el manejo inteligente de sustancias moldeables.
    Detrás de cada obra se halla un mensaje de piedad, respeto, veneración y sobre todo perpetuación del recuerdo de su existencia y significación.
    La escultura añade la tercera dimen­sión a la pintura, que se queda sólo en las dos de la superficie, aunque la perspectiva, alma de la pintura, puede lograr efectos similares. Ello la hace más viva, cercana y real. Ha sido el motivo de que haya tenido en la expresión religiosa a través del arte más eco y más uso. Pro­cesiones, templos, altares, celebraciones, actos de culto han estado especialmente ligadas a las imágenes desde los primeros tiempos cristianos, al igual que ha ocurrido en casi todas las religio­nes de Oriente y Occidente.
   En ciertos estilos artísticos y en deter­minadas épocas, se unió la pintura a la escultura, policromando imágenes, reta­blos y pórticos. Desgastado el color con el paso de los siglos, apenas si pode­mos hoy hacernos la idea de las impresiones estéticas que producían esas creaciones bellas. Imaginarse hoy, por ejemplo, el "Pórtico de la gloria" de Santiago de Compostela con la policromía que debió tener en tiempos pasados es entrar en un mundo de ensueño artístico admirable.
 
   2.1.3. La arquitectura

   No se puede olvidar también el poder comunicativo de la arquitectura religiosa, que muchas veces refleja no sólo técnicas constructo­ras originales, sino también la dinámica espiritual de cada estilo. La creati­vi­dad arquitectónica se mostró siempre asociada a ideas o creencias trascendentes: templos, monasterios, conventos, mausoleos, arcos conmemorativos, palacios, archivos, tribunales, hospitales, asilos, etc.
   Pero, al mismo tiempo las formas y los estilos hablaron a los hombres de mensajes trascendentes. Entre la piadosa y recogida iglesia románica y la ostentosa catedral barroca, entre la sobria expre­sión cisterciense o cartuja­na y la florida dinámica renacen­tista, se intu­ye una concepción dife­rente de la vida y del hom­bre. En ocasiones admi­ra­mos la genialidad de los artífices y olvi­damos los dinamismos religiosos que los inspiran.
   El espíritu sensible sabe alabar, ya que no puede imitar, la trascendencia que se imprime en la materia que soporta el genio del artista y sus modelos de expresión y de construcción. La esperanza celeste se advierte en las erguidas flechas de los campanarios, la fe se trasluce en las piedras talladas y enlazadas en las arquerías góticas apun­tadas, el te­mor escatológico combinado con la confianza resurreccional se instruye en las criptas funerarias o en los mausoleos de los cementerios.
   Todo ello es lenguaje catequístico que debe ser expuesto, asimilado y rememo­rado en los catequizandos para cuando sus procesos formativos posteriores se armonicen con sus recuerdos y sus senti­mientos infantiles y adolescentes.

   2.2. Las artes menores

   Complementan las tres citadas reinas del arte: arquitectura, escultura, pintura, todos los modos expresivos de las múltiples "artes menores", aparentemente más asequibles y frecuentadas por los artistas y que muchas veces tienen una dimensión pragmática y crematística. No tienen tanta resonancia histórica, pero son también vehículos de ex­pre­sión magnífica que conviene explotar.
   Son dignos de ser citados los dorados, los embutidos y los forjados de los tem­plos; los repujados y cincelados de mu­chos objetos de culto: cálices, custodias, incensarios; los bordados de tantos ornamentos de culto cuya explicación constituye una verdadera lección de significados litúrgicos; los tapices, cortinas, alfom­bras, manteles y demás producciones para dotar las estancias de relatos estáticos que la mente de los observadores vuelve dinámicos: Son mil las ingeniosas producciones de este tipo que hoy recuerdan y perpetúan las creencias y los sentimientos de los artistas del pasados y de cuantos los fomen­taron con sus encargos y apoyos.
   To­dos ellos son magnífica expresión de la piedad de multitud de almas sensi­bles y creyentes que hicieron del arte un maravilloso vehículo de co­muni­cación espiri­tual.

   2.3. Las otras artes

   Las artes musicales son también con frecuencia cauces de expresión religiosa, en cuanto reclaman, tanto para la composición como para la ejecución, enor­mes dosis de iniciativa y de habilidad espiritual para armonizar sonido, voz, ritmo, armonía y conjunción.
   En cuanto lenguaje sonoro aportan gran ayuda a la conservación del senti­miento religioso. Pero también han esti­mulado el inmenso potencial humano de los artífices de instrumentos musicales, cauce siempre inacabado de conserva­ción y renovación de la ingeniosidad humana.
   Las artes literarias, vinculadas también con el lenguaje oral y escrito, se desenvuelven en multitud de produccio­nes (poesía, teatro, oratoria, nove­la, periodismo, ensayo). En lo que tienen de arte, de bien decir, de creación ge­nial, son portadoras de la sensibilidad espiri­tual digna de imitación.
   Incluso las llamadas artes nuevas como las fotográficas, las cinematográficas y televisivas, y hasta las informáticas, deben ser miradas con inmensa simpatía por su poder comunicativo, aunque no reflejen tanta resonancia histórica ni estén tan avaladas por el cultivo de ge­neraciones anteriores.

   2.4. Iconografía religiosa

   Especial referencia merece la imagine­ría y la pintura iconográfica, sobre todo en la centrada en la figura de Jesús y en los emblemas más cercanos a Cristo: los Apóstoles, María Santísima y los otros personajes evangélicos como Juan Bautista, la Magdalena y otros.
   Sin posibilidad de ahondar los aspec­tos educativos de los diversos lenguajes iconográficos e imagineros, el catequista debe cuidar de manera singular la formación estética de los catequizandos en los terrenos citados. Sirven de ilustración para el presente. Pero constituyen un soporte insustituible de las ideas y de los sentimientos cristianos para su futuro personal, en donde la cultura hará posi­ble un frecuente y repetido recuerdo de lo aprendido en los años infantiles.
  Para ello el mismo catequista y el educador de la fe, deben cultivar este len­guaje de tanta resonancia histórica, pero también de tanta vigencia actual con perspectivas de conservación vigorosa para el futuro.
   Ante la inmensa variedad de expresiones pictóricas, escultóricas, fotográfi­cas, etc., de las figuras de Jesús, de María, de los Santos, un creyente bien formado sabe seleccionar con discreción y acierto objetivo, la iconografía que mejor se acomoda a su sensibilidad, a su cultura y al mundo en que se desenvuelve.
   Evidentemente, la catequesis no exige artistas consumados ni críticos expertos, pero sí personas sensibles y cultas. La importancia que posee el lengua­je artístico para la expresión de los valo­res del espíritu, bien merece atención especial y preferente. Cuando el catequista educa su sensibilidad artística, de alguna forma predispo­ne a lo religioso. Y cuando forma al catequizando para que entienda, valo­re y, en su caso, emplee el len­guaje del arte, también está haciendo una labor de formación valiosa.


 
 3. Uso en Catequesis

   Es importante adaptarse a los distintos niveles culturales que depen­den de la edad y del entorno en el que se da la catequesis.
   En determinados momentos evolutivos conviene resaltar el gusto estético por ser capaz la mente de llegar a él.
   Y conviene usar el arte universal en coordinación con las formas estéticas más cercanas en el entorno.
   En ocasio­nes la catequesis se hace en las inmediaciones de tesoros artísticos inmensos y, por carencia de formación en el catequista, apenas si se saben aprove­char estando cercanos a los ojos de los catequizandos y resultando muy asequi­bles.
   Es cuestión de estética y de práctica. Una visita a un museo con grandes ar­senales de artes religiosas es mejor catequesis que un sermón sobre las mismas doctrinas que se hallan hábil­mente grabadas en metal, expresadas en teji­dos, miniaturas o relieves, capaces de entrar por los ojos con más vivaci­dad, serenidad y garantía de permanencia que los ruidosos medios audiovisuales menos entendidos.